Parece que todo estuviera conectado: hace unos días veía la película de debut en la dirección del actor Jonah Hill, “Mid 90s”; me había quedado la deuda de revisitarla y ver a Sunny Suljic, el niño de God of War. Es que vi el tráiler del juego y me antojé de ver cómo estaba ahora y cómo estaba antes.
La película me enganchó, aunque el final me deja un poquito más frío con respecto al resto. De hecho, en la investigación para escribir esto, me sorprendieron dos cosas: ver al joven Sunny con los rasgos alargados creciendo como si el tiempo fuera nada y que el final de la película daña todo lo construido. Doble sorpresa.
Sin embargo, también me llamó demasiado la atención lo que considera tótems la película: los videojuegos, la moda, el cigarrillo y el alcohol, pero sobre todo el skateboarding. El protagonista crece de repente, se hace adulto de esa forma tan de la calle que se parecía a la calle de los años noventas que me tocó a mí, con gente que tenía dinero para comprarse los mejores tenis para tabla, pero sin poder comer, y un entorno que estaba, cómo decirlo, normalizando la droga, a partir de padres ausentes tratando de conseguir un trabajo digno.
Tengo muy claro el recuerdo; nunca había visto a nadie fumar hasta que estuve mucho tiempo jugando fútbol en la tarde y luego iba a ver a los más grandes que yo montar tabla. La película me toca esencialmente en esa parte pero para dejar de ser niño, Stevie quita todos los pósters de su habitación de las Tortugas Ninja, el cartoon.
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Mi mamá no podía costearme patinetas importadas de Canadá y, en cambio, al país llegaron esas patinetas gigantes para andar sin caer y ganar un poco de equilibrio, también con motivos infantiles. Es que la primera mitad de la década fue definida por eso: las Tortugas Ninja y, la otra mitad, el skateboarding.
Yo tenía camisetas de la serie, yo tenía juguetes, vasos, patinetas, cometas, maletas.
Cuando el skateboarding penetró en Bogotá, la moda cambió; todos se hicieron cool: gorros, tablas, pantalones, todos eran malotes, con pendientes, con moda, en búsqueda de poder, de grupitos de jóvenes, novias, talento sobre la tabla.
Alrededor de 1997 se abría una posibilidad de tener una carrera profesional y vivir de montar tabla, con patinetas costosas y ruidosas que desafiaban la autoridad, que traían música moderna, rock, inglés, dinero, lujos, porque nadie lo hacía más. Pero lo más hermoso eran los zapatos: en 1999 yo dibujaba los logos de esas marcas, yo deseaba los mejores tenis, los más modernos, los más impresionantes, los más brillantes, los que nadie tenía; era el reemplazo, la sustitución de mis necesidades, de no tener juguetes que otros tenían, de no tener la ropa que otros tenían.
Pero también deseaba videojuegos y mi mamá no quería comprármelos; no había dinero. y entonces recordé que, para cuando quería Super Nintendo o Nintendo 64, ya había dejado las Tortugas Ninja de niño. Y ahora, además, quería tenis, zapatillas de marca, donde mi mayor meta era tener unos DC Shoes CO o unos Es y fingir ser uno de esos jóvenes cool, uno de mis compañeros de colegio, uno de esos que tenía hasta cámara de video para grabarse montando tabla en Bogotá.
Sin embargo, el skateboarding fue perdiendo fuelle con el avance del milenio, ante las modas que vinieron después. Aunque ciertas cosas quedaron fuertemente arraigadas: la música; el nu metal, el emo de skateboarding, llegó Play TV, el MTV colombiano, y luego el anime, la música más trascendental del grunge que aterrizaba para mi edad, o la música electrónica madura que redirigió nuestros gustos y la moda. Es tal el impacto que deja rezagos dentro de nuestra geografía cultural en parques o escenarios deportivos, que se reviven fácilmente con esas películas, con la fascinación por Los Ángeles, California, y sus videos de VHS grabados con lente de pescado y las ganas, como todos, de tener una escena colombiana, bogotana de skateboarding que no despegó adicional a la del rock dosmilero.
Como la película lo refleja, una de las mejores posesiones y hasta objeto de trueque eran también los cartuchos de Super Nintendo. Sin embargo, me pasó lo mismo: Teenage Mutant Ninja Turtles: Turtles in Time fue para mí también, años después, sustituido por temas de moda y de tecnología, por Tony Hawk's Pro Skater de PlayStation.
Hoy estoy jugando sus remakes, el Teenage Mutant Ninja Turtles Shredder's Revenge y el Tony Hawk's Pro Skater 1 + 2 al mismo tiempo, como templos, como demostraciones de lo que viví. Una prueba que demuestra el hecho de que las Tortugas Ninja se sustituyan siempre por tablas de patinetas.
A veces se dan casualidades muy particulares: que se diera la casualidad de que jugara las tortugas, que dieran el juego de Tony Hawk en el Plus y que saliera el tráiler de Sunny Suljic de God of War al mismo tiempo para verme reflejado en sus recuerdos, en su gusto por el skateboarding, en el recuerdo del PlayStation con chip, aprendiendo a jugar con esos gráficos. Y pensando en cómo la historia siempre intenta repetirse y considerar que todo tiempo pasado fue mejor, viendo hoy cómo la música, cómo los gorros pesqueros vuelven a nacer cuando pasaron de moda, ver que en YouTube suena música parecida a la de las Spice Girls, ver que el skateboarding se ha profesionalizado, que estamos cerrando ese trauma de Tortugas Ninja para siempre con este último juego.
Ver a Dua Lipa con las pintas de una era analógica y lenta de la que solo me queda uno que otro juego por cerrar y uno que otro recuerdo por revivir, entre revistas, entre momentos, entre toma de contacto por primera vez. Los noventa fueron claros y contundentes, con un mundo urbano que ya queda muy lejos y del que estoy cerrando ciclos en todos los aspectos. Después les cuento sobre los juegos. Ha pasado mucho tiempo.
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