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domingo, 7 de octubre de 2018

HABLEMOS DEL PASO DEL TIEMPO EN LA CULTURA, DE REFERENTES, DE ARGENTINA Y DE VIDEOJUEGOS




Santiago es el hijo de 15 años de mi vecina. Tiene novia y no le va muy bien en el estudio debido a que tiene problemas con la autoridad impuesta por simple tradición. Hace unos años, no entendía álgebra, luego trigonometría y ahora, cálculo. Tiene sueños, es amable y mide unos 8 cm más que yo, lo que lo convierte por razones extrañas en una persona bastante tímida y reservada. Mira a todos desde las alturas; imagino que es una excepción entre sus amigos. 

Cuando presentó problemas de matemáticas, lo llevaron a mi puerta porque yo soy el “ingeniero”, así que le expliqué unas cuantas cosas de álgebra que me salvaron el pellejo en la universidad y le dije que tenía que ser amable con los números porque separaban a la gente de saber qué querer estudiar más adelante, con respecto a la gente que no. Y ese no querer saber significa en mi país un “no hacerlo” a final de cuentas. Ahora quiere ser economista.

Con Santiago he tenido conversaciones mundanas empezadas porque ve en una persona medianamente adulta conocimiento en juegos, películas, series y música. En una de esas conversaciones saltamos del reguetón a la música clásica, y luego de los videojuegos a los superhéroes, de su estudio a la universidad, de mascotas a trago. No tenía ningún conocimiento de rock en específico, por lo que le pregunté si tenía al menos un gusto por el rock en español más común: Soda Stereo, Héroes del Silencio, Los Fabulosos Cadillacs.

Su respuesta me tiene escribiendo esto:

—No conozco esos superhéroes, ¿son de otra que no sea Marvel o DC? ¿Se llaman así?”

En efecto, pensaba que seguíamos en el tema de los superhéroes. 

No tenía por qué saber las bandas que habían influenciado a mis amistades en su época y yo no tenía que cambiar el tema tan rápido. No sabía quiénes eran.

Como un relámpago de nostalgia, entendía plenamente quién era, dónde estaba y cuánto tiempo había pasado tras la universidad con esas preguntas. Ya no era yo el que creía que estaba en la cima del mundo por haber nacido hace poco. Ya no era yo, al que se le dirigían los comerciales con gente joven bailando. Ya había pasado mi época y la época de mis amigos. Ya somos los viejunos.

A mi generación de amigos le pegó como un misil en la cabeza todo lo argentino, debido al éxito del rock en español durante el final de los noventas y principios de los dos mil. Les definió su identidad, su sensibilidad, sus opiniones políticas, sus romanticismos. Querían viajar a Argentina, conocer su educación y saber su política. Tomaban mate, querían ser bohemios, sabían de vinos y se rompían el corazón con ese tipo de música. Verano del noventa y ocho, el cine argentino, las barras bravas, Quino, Andrés Calamaro, la cumbia villera, las popstars argentinas, las novelas, las vedettes. Por más que algo fuera chabacano, era mejor por ser simplemente argentino.

Algunos viajaron y, cuando se devolvieron, eran otras personas diferentes durante un tiempo, hasta que muchos empezaron a darse cuenta de qué les había pasado. Reconocido, por ejemplo, por el golpe que significaba la muerte de Gustavo Cerati. El líder de la cultura pop argentina en la generación de mis amigos. 

Argentina no era un paraíso; otros llegaban desilusionados por sus problemas económicos, por su pobreza, por su racismo, por su xenofobia. El impacto de la palabra “cocalero”, para mis amigos, era imposible de disimular aquí y allá y mello al final del viaje. (En Argentina, el término "cocalero" no se usa comúnmente como apodo. En cambio, se refiere a personas involucradas en el cultivo de coca, especialmente en contextos relacionados con movimientos sociales o actividades ilícitas, de forma despectiva. Pero en Argentina se refiere a los colombianos, estereotipados en el resto del mundo por ser un país potencia en el cultivo y fabricación de cocaína). 

Cuando hubo la oportunidad de viajar, la crisis argentina se profundizó y, cuando se separaron Los Fabulosos Cadillacs, todos lo supimos, pero nunca lo comentamos; creo que eso era todo para nuestra adolescencia. Ahora venían los años veinte, la época que soñábamos como el verdadero futuro. Nos convertimos en adultos y ellos demolieron todos sus referentes argentinos precisamente porque la crudeza del país y sus condiciones, a partir del contacto con la realidad, los hizo aterrizar de emergencia. 

La separación de esa banda me hizo entender que esa bohemia se iría al pasado, que ya no era tiempo para esas cosas, pese a ser un extraño de esa cultura y moda argentina. Que Calaveras y Diablitos son un clásico y no un presente.

Yo fui el “extraño” porque era el "friki"; a mí no me tocó la Argentina pese a mi amor por Cerati. Yo vine a creerme (no estoy diciendo que ellos se creyeran) japonés. El anime, su cultura, el manga, sus tradiciones y sus estéticas fueron mi misil mental.

Planteé un viaje, amé sus expertos conocedores y me adentré en saber todo al respecto, pero nunca lo hice. Los videojuegos quedaron al final para siempre. Y los videojuegos se hicieron más grandes con el pasar del tiempo. Me encontré leyendo libros sobre estos, reconociendo a expertos, periodistas y críticas profundas, y me convertí en un aficionado.

Es decir, con los años solo he llegado a la conclusión de que posiblemente mi país no era Argentina, pero tampoco Japón, sino que mi país se llamaba Videojuegos.

Pero ahora regreso a Santiago, aquel muchacho con el que empezó este texto, ya que él sabe de los juegos que juego; él entiende el sabor Nintendo que todos hemos sentido y a veces se niega a reconocer como chico malo que pretende ser, que no le debe gustar, que son cosas para niños. Sabe de la guerra de consolas, sabe que The Last of Us es la panacea. Le gusta Call of Duty, pero tampoco lo reconoce. 

Inclusive en esta industria añeja se siguen manteniendo las típicas etapas y cuestionamientos que hemos tenido todos. Es como si el acto de magia que explica cómo se comporta la cultura en una persona funcionara para todos por igual. Con un nacimiento, un desarrollo y una muerte. Es decir, si en este momento estuviera "Matador" de Los Fabulosos Cadillacs en la radio o en Spotify siendo tendencia, tal vez me hablaría de cómo es la vida en Buenos Aires.

Luego vino otro descubrimiento: no sabía toda la historia alrededor del multijugador de HALO. De nuevo entendía que él tenía 5 años cuando nosotros estábamos gritando con nuestro grupo de amigos en locales de juego que instalaban las consolas en edificios sucios y rancios y televisores ruidosos y anticuados en el 2008. En realidad, HALO significaba para mí lo que a mis amigos les significaba Calaveras y Diablitos, la canción de Los Fabulosos.  

Con todo esto, también pensé que le llegará el turno a Santiago de encontrarse con un joven menor que le diga que sus bases casi espirituales, intelectuales y referencias culturales están metidas en un cajón viejo y son reemplazadas por cosas más simples y mundanas del futuro. Reconocerá, como lo estoy haciendo yo, que la cultura es un interés de un momento particular y que incluso los videojuegos, que son tan pilares en la vida de ambos en este momento, se derrumbarán en algún otro para seguir evolucionando y construir algo más grande. Porque él y yo sabemos que los juegos son mejores hoy que antes, que el futuro nos traerá cosas más brillantes y que tenemos que estar dispuestos a entender que no hay un solo país de referencia cultural, sino que hay miles más y miles de planetas con miles de países más y miles de universos con miles de planetas que…

Las posibilidades están adelante; es la validez de seguir buscando trascendencia en este universo de cosas intrascendentes. 

Por su parte, la muerte de los referentes culturales ayuda a hacer recapacitar la vida de jóvenes que piensan que son inmortales y los hace tener mucho interés en el pasado. 

En cultura y en la vida, el tiempo es oro, y exige que haya que fijarse como una sanguijuela en ciertos momentos felices y soltarse en otros para aprender a vivir todos los sabores.

El carácter valioso de cada cultura o arte, incluyendo la industria del videojuego, se lo da cada uno, y cada generación debe encontrar y encontrará su propio oro. Le pondrá su valor y se desilusionará cuando le ponga precio otro.

Los que llevamos más tiempo tenemos un trabajo largo por construirles bases sólidas a los que despegan hasta ahora, por mi parte en videojuegos. Bases de las que ni siquiera entiendan una referencia, bases que les permitan tener mejores músicas, nuevas argentinas o japonesas, nuevos Fabulosos Cadillacs y Ceratis y también la confianza de que habrá incluso mejores videojuegos, mejores oportunidades. 

Confío en que cuando le toque construir a Santiago las bases de los que vendrán tras él, busque referencias, y me encuentre. No lo duden, aprenderán del pasado, como nosotros tuvimos que hacerlo. Pero también aprender que todo pasa y todo muere. 

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