La noticia de que Dragon Ball volvía a tener una nueva serie posterior a la temporada de Boo de 1996, y que saca del canon a GT, me generó cierta indiferencia a priori porque, aunque no considere trascendente o, inclusive, buena a esa última saga oficial con aquel Goku pequeño, fue, sea como sea, el final de un ciclo que se inició en nuestro país en la década de los noventa.
Pese a que repitieron la serie muchas veces en televisión, años después de su final, muchos como yo llegaron a la conclusión de que la serie ya había contado su historia y que era el momento preciso, tras varios años viéndola, para dejarla ir, enterrándola en el fondo de nuestros corazones. Una vez vistas las películas que me hacían falta, decidí pasar página, seguir adelante y guardar con cariño lo que habían hecho por nosotros durante tantos años. Por ello, las películas recientes me han generado cierta indiferencia y, sin importar los resultados, buenos o malos, el recuerdo se me ha quedado intacto, inmaculado y prácticamente irrompible ante la oleada de cosas "nuevas" que se vengan. Como un edificio cuyas bases quedan enterradas en lo profundo de la tierra, que después se cubren quedando ocultas con otros cimientos, la serie pertenece a un pasado de algo que superé, y di por terminado, que aprecio, que le da estructura a nuestras vidas, a nuestras aficiones, y que hoy ya queda invisible en nuestras fachadas de múltiples experiencias.
Hay que entrar a analizar que de verdad somos una generación exacerbada con la excavación al pasado, a estimular la mente con la nostalgia, a incentivar con más combustible una llama que grita: "Todo tiempo pasado fue mejor", aunque tengamos 25 años de edad y ya nos consideremos viejos. Algunas cosas están bien estimuladas cuando, en vez de rendir un aburrido homenaje, se esfuerzan por conseguir un aura que evoque el pasado, pero que presente cosas nuevas, que revivan universos, pero que narre hechos paralelos, nuevos, frescos y sobre todo con un nuevo final.
Pertenecemos a una generación que apoya juegos de Super Nintendo en Kickstarter, una generación de desarrolladores de juegos que ya empieza a generar hastío y normalidad en su constante homenaje al pasado y al píxel de los videojuegos de antaño y mecánicas de scroll agotadoras. Apoyamos una industria del videojuego que se satura de continuaciones desconectadas, aleatorias una con la otra y completamente abiertas, ya que, esperando continuar, fracasan en lo económico. Mientras ideas nuevas se mueren en listas de ventas o en el olvido.
Entiendo la dureza de dejar ir las cosas, como si fuera en cierto aspecto una cuestión filosófica de la vida, pero va cogiendo uno con los años la dureza y fortaleza de la madurez para dejar ir y enterrar en el pasado cosas que nos hacen felices. Como estas series, videojuegos o películas, que con el tiempo, en sí mismas, pueden dejarnos entrever el cómo dejar ir cosas más serias, más grandes, más importantes, superando con paciencia momentos difíciles de la vida o, tristemente, personas que nos han marcado de buena o mala forma. La vida ofrece inexorablemente una constante sucesión de retos nuevos, de ideas nuevas por aceptar, de incomodidades y sorpresas. No hay nada estático.
Esa es la razón por la que me gustan los nuevos riesgos audiovisuales, las nuevas ideas, las nuevas fotografías, los nuevos héroes, las nuevas estéticas, las nuevas propuestas que comparten el gusto por la vida de verdad y alimentan la capacidad de sorpresa. Me gusta cuando Marvel lanza unos Guardianes de la Galaxia que casi nadie conoce, que se lanza por Ant-Man, que planea hacer una Ms. Marvel. Me gusta Nolan porque se sienta con su hermano a escribir cosas nunca antes vistas, que se han inventado en su imaginario, paridas por y para el cine.
Fue sin duda una gran virtud por parte de los creadores de Breaking Bad determinar su escritura de guion en pro del cierre de la historia, de los personajes, tratando de apostar cómo acabarían los rumbos de los protagonistas y cerrando nuestros deseos con candados bien ajustados. Entendimos que era una historia que partía de A a B, y que, como la vida real, tendría que determinar consecuencias a las decisiones de los personajes, gustara o no, demostrando además que no había ninguna influencia económica, mediática o crítica para seguir estirando una historia sin necesidad. Resulta frustrante en medios audiovisuales cuando hay intereses externos que no quieren culminar la historia, que quieren diluir la fuerza del miedo al final que todos debemos superar en nuestras vidas, y desaceleran un tren que andaba a gran velocidad hasta el punto de descarrilarlo, como lo ocurrido con The Walking Dead.
¿Alguna vez veremos una trilogía cerrada de un videojuego sin importar su éxito en ventas? Espero que algún día existan más videojuegos que entiendan que su grandeza depende de la importancia de su final, que siempre es bueno escuchar un "… y vivieron felices para siempre", o, de manera contraria, toparnos con un final de mierda en nuestras historias preferidas, que nos evoque escribir ríos de tinta para fantasear y estimular el imaginario. Deseo que tengamos un último y cerrado Uncharted, una segunda y final historia de The Last of Us o, si quieren dejarlo así, que mantengan preservados en el tiempo unos intocables Journey o Shadow of the Colossus. Quiero ver una historia episódica que evite los estiramientos innecesarios y que se enfoque en apretar el acelerador, responder preguntas y cerrar historias, para llegar a buen puerto.
Cerrar un ciclo y culminar una narración es un hecho inamovible, reflejo de las tradiciones humanas, del cambio y de la enorme curiosidad. Como sea que termine, nos guste o no, nos beneficie o no, los finales son una señal de la realidad humana más allá de la puerta, más allá de la fantasía en la pantalla del computador o de la televisión. Gracias por leer.
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