No sé realmente porque había llegado a ese porcentaje de completísimo
con el juego, tal vez tratando de satisfacer mi justificación de su
compra, o respondiéndome sobre mis virtudes en todos los juegos de la
saga. Como diciendo que con este, también podría llegar al 100%. Estaba
obligado a devorárlo con mordiscos, algunos deliciosos y otros que me
produjeron una indigestión innecesaria.
Como es costumbre ya he llegado a un punto en donde tengo que dejarlo, hay otros juegos por terminar. Le he dedicado 287 horas, asesinando a la mínima cantidad posible, alargando el tiempo de una forma extrema, así me gusta. Han existido momentos en los que he votado el control.Los problemas del apartado jugable se ciernen en el obligatorio cumplimiento de algunos objetivos de las misiones, como coger diamantes escondidos o tener la necesidad de derribar helicópteros sumando bajas, o atravesar los absurdos objetivos de escuchar tres o cuatro conversaciones entre militantes, que cargan cuando quieren. Me dije que no quería saber nada más del juego cuando en la primera misión que tienes que repetir, te exigen que el escape con Ocelot tienes que hacerlo sin recibir daños, algo tan aleatorio que se me escapaba de las manos. La misión respaldar y retroceder la repetí 9 veces. Ya no estaba disfrutando del juego. Me fui a mi nueva Wii.
Phantom Pain duele cuando te restringe la libertad, cuando un evento específico está en un momento preciso del espacio tiempo, al que no alcanzas a llegar por estar cumpliendo otros objetivos. Además, la pone un reto casi imposible a los jugadores que no quieren matar a nadie.
Se notaba que es un juego inacabado: la Mother base es un espacio vacío gigante que solo sirve para bañarse, hablar unas pocas veces con el padre de Otacon, pelear una sola vez con Liquid y mostrarle las fotos a Paz, y el resto, un descalabro enorme. La historia hasta Skull Face entretiene, pero no resulta memorable, el capítulo 51 perdido. ¿Dónde está Ocelot y Miller? ¿Acaso no viven conmigo? Me fui del juego.
Escribí artículos y me desahogue, jugué Splinter cell y Mario Galaxy, me olvide de su mundo. Meses después volví para cerrar.
Como si un milagro ocurriera volví a disfrutarlo. Me dieron libertad de nuevo, me dieron la libertad de aprovechar mi tiempo y mis estrategias, de hacer lo que quisiera, de aprovechar el silencio. Sin duda la mejor parte del juego son las misiones secundarias.
Durante las tardes llegaba del trabajo, prendía la consola, me metía en ese helicóptero imaginario, bajaba con mi caballo, me quitaba la camiseta, me dejaba la pistola de dardos tranquilizantes o la de agua y cabalgaba por minutos para ir donde quisiera, como quisiera y con todo el tiempo posible mientras que rescataba prisioneros, diamantes, soldados y tanques escuchando los hits de los ochentas, o viendo las estrellas. Acompañado en la soledad y el caballo, mientras que entraba en campamentos sin ser escuchado o visto, libre de presiones y de parásitos vocales, terminaba un juego relajado.
Es suficiente Metal Gear por estos dos años de juego constante y obedeciendo mi carácter tengo que decirle basta. Agradezco mucho sus ideas mecánicas, sus escenarios, el perderme viendo sus desiertos vacíos de vida y llenos de montañas que admirar a la lejanía. Agradezco esas lluvias torrenciales y los rayos y centellas, agradezco esos detalles que me hacían imaginar la importancia de mis acciones. Agradezco caminar por horas con D-dog y acariciarlo sonriente. Agradezco las cabalgatas colgado de lado por el desierto de Afganistán y esos momentos de mantra con triangulo acostado, mientras un enemigo pasa descuidado. Me acordaré del sigilo, recordaré la ayuda del helicóptero y esas tardes perdidas con esa naturaleza poligonal. Recordaré esos extraños momentos de Quiet en el helicóptero, o de haber jugado con ella a no herirla en su escenario de aldea montañosa. Metal Gear es uno de esos juegos donde solo hasta el final, la belleza de la naturaleza resalta y te hace pertenecer, pertenecer a un juego de mundo abierto al que es muy difícil acoplarse, un mundo donde se puede hacer tanto y poco, pertenecer a un juego que se recordara en los próximos años.
Adiós Metal gear V fueron buenas horas, pero hay que seguir adelante.
Como es costumbre ya he llegado a un punto en donde tengo que dejarlo, hay otros juegos por terminar. Le he dedicado 287 horas, asesinando a la mínima cantidad posible, alargando el tiempo de una forma extrema, así me gusta. Han existido momentos en los que he votado el control.Los problemas del apartado jugable se ciernen en el obligatorio cumplimiento de algunos objetivos de las misiones, como coger diamantes escondidos o tener la necesidad de derribar helicópteros sumando bajas, o atravesar los absurdos objetivos de escuchar tres o cuatro conversaciones entre militantes, que cargan cuando quieren. Me dije que no quería saber nada más del juego cuando en la primera misión que tienes que repetir, te exigen que el escape con Ocelot tienes que hacerlo sin recibir daños, algo tan aleatorio que se me escapaba de las manos. La misión respaldar y retroceder la repetí 9 veces. Ya no estaba disfrutando del juego. Me fui a mi nueva Wii.
Phantom Pain duele cuando te restringe la libertad, cuando un evento específico está en un momento preciso del espacio tiempo, al que no alcanzas a llegar por estar cumpliendo otros objetivos. Además, la pone un reto casi imposible a los jugadores que no quieren matar a nadie.
Se notaba que es un juego inacabado: la Mother base es un espacio vacío gigante que solo sirve para bañarse, hablar unas pocas veces con el padre de Otacon, pelear una sola vez con Liquid y mostrarle las fotos a Paz, y el resto, un descalabro enorme. La historia hasta Skull Face entretiene, pero no resulta memorable, el capítulo 51 perdido. ¿Dónde está Ocelot y Miller? ¿Acaso no viven conmigo? Me fui del juego.
Escribí artículos y me desahogue, jugué Splinter cell y Mario Galaxy, me olvide de su mundo. Meses después volví para cerrar.
Como si un milagro ocurriera volví a disfrutarlo. Me dieron libertad de nuevo, me dieron la libertad de aprovechar mi tiempo y mis estrategias, de hacer lo que quisiera, de aprovechar el silencio. Sin duda la mejor parte del juego son las misiones secundarias.
Durante las tardes llegaba del trabajo, prendía la consola, me metía en ese helicóptero imaginario, bajaba con mi caballo, me quitaba la camiseta, me dejaba la pistola de dardos tranquilizantes o la de agua y cabalgaba por minutos para ir donde quisiera, como quisiera y con todo el tiempo posible mientras que rescataba prisioneros, diamantes, soldados y tanques escuchando los hits de los ochentas, o viendo las estrellas. Acompañado en la soledad y el caballo, mientras que entraba en campamentos sin ser escuchado o visto, libre de presiones y de parásitos vocales, terminaba un juego relajado.
Es suficiente Metal Gear por estos dos años de juego constante y obedeciendo mi carácter tengo que decirle basta. Agradezco mucho sus ideas mecánicas, sus escenarios, el perderme viendo sus desiertos vacíos de vida y llenos de montañas que admirar a la lejanía. Agradezco esas lluvias torrenciales y los rayos y centellas, agradezco esos detalles que me hacían imaginar la importancia de mis acciones. Agradezco caminar por horas con D-dog y acariciarlo sonriente. Agradezco las cabalgatas colgado de lado por el desierto de Afganistán y esos momentos de mantra con triangulo acostado, mientras un enemigo pasa descuidado. Me acordaré del sigilo, recordaré la ayuda del helicóptero y esas tardes perdidas con esa naturaleza poligonal. Recordaré esos extraños momentos de Quiet en el helicóptero, o de haber jugado con ella a no herirla en su escenario de aldea montañosa. Metal Gear es uno de esos juegos donde solo hasta el final, la belleza de la naturaleza resalta y te hace pertenecer, pertenecer a un juego de mundo abierto al que es muy difícil acoplarse, un mundo donde se puede hacer tanto y poco, pertenecer a un juego que se recordara en los próximos años.
Adiós Metal gear V fueron buenas horas, pero hay que seguir adelante.
2 comentarios:
Muy buen articulo, enhorabuena. Acabo de empezar el juego como quien dice, llevo el 12%. Por momentos me maravilla y por otros me queda una sensación de que hay algo que no cuadra. Veremos cómo sigue avanzando...
Bienvenido siempre Pabro, esperemos que te guste el sistema de juego, pero no te entre el afán de llegar lo mas lejos posible, hay mucho por hacer.
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